POR FRANCESCO TONUCCI
Una maestra joven recurre a nuestro centro de investigación diciendo que estaba trabajando con nuestra metodología y que había preparado un trabajo de ciencias con experimentaciones para realizar con los niños cuando comenzasen las clases, con nuestra participación.
Su idea era iniciar dicha actividad con una experiencia directa, realizando una visita a un estanque cercano a la escuela y proponiéndoles a los niños que realizaran las primeras observaciones exploratorias de la naturaleza. Cuando principian las clases, algunos de los niños que recientemente han vuelto de sus vacaciones, en su mayoría comienzan a traer a la escuela caracolitos de mar, todos con un agujero perfectamente realizado. Luego de intercambiar inquietudes acerca de los caracoles, en varios niños surge una pregunta: ¿Quién ha realizado este agujero en cada caracol? ¿Cómo puede ser que esté tan bien hecho?
La maestra desconocía la respuesta. Los niños estaban furiosos porque querían saber. La docente, desesperada, había preparado un magnífico programa para desplegar en clase, pero los niños seguían con una única curiosidad.
La docente les había propuesto a los niños que elaborasen hipótesis de cómo se podían haber agujerado dichos caracoles. Surgieron distintas ideas. Por ejemplo, que alguien lo había agujerado, pero ¿con qué? De que se había caído una piedra encima; pero lo probaron y verificaron que era falso ya que rompía al caracol y no le provocaba un agujero tan perfecto. De alguna manera estaban esperando que la maestra llegase con la respuesta correcta.
La maestra concurrió a nuestro centro y le pidió al biólogo que por favor le diera alguna explicación del por qué se producen esos agujeros misteriosos en los caracoles, así ella podría darles una respuesta para poder comenzar luego con su programa.
El científico la condujo al laboratorio y con un ácido le demostró como se produce dicho fenómeno natural. Le explicó que sobre los caracoles se instala un parásito, dándole su nombre específico, que produce dicho efecto.
Trabajando con la docente en cuestión, le pregunté: ¿Por qué querés llevarles una respuesta a los niños que cierre su curiosidad?
Si tomamos en cuenta que uno de los mayores esfuerzos de un maestro es generar inquietudes, despertar curiosidades, una vez que claramente aparece una, ¿por qué cerrarla rápida- mente con una respuesta, dándoles el nombre de un parásito que seguramente van a olvidar, y explicando un proceso bioquímico muy complejo que no podrán comprender?
Así fue como entonces la docente decidió modificar su plan de trabajo y con nuestra colaboración comenzó a desarrollar “la pedagogía del agujero”, como comenzamos a llamarla.
La cuestión fue plantearles a los niños que verdaderamente no sabíamos qué era lo que había sucedido con los caracoles, pero que podíamos intentar investigar un poco, casi como si adoptáramos una actitud de detectives para acercarnos a la naturaleza.
Lo primero fue buscar nuevos agujeros, si es que los encontrábamos. Los niños apasiona- dos, comenzaron a traer agujeros en maderas, en piedras, en hojas, en ramas, en papeles, etcétera. Luego intentamos analizar el material con el objetivo de buscar quién o qué era el responsable de dichos agujeros. Por ejemplo, en el caso de las hojas al darles vuelta descubrían la marca de algún bicho y así fue como luego lograron traer hojas con el bicho responsable del agujero incluido, al cual pusieron en una cajita para observarlo y aprendieron que este bicho se alimentaba exclusivamente de dicha planta. Luego se propusieron criarlo para lo cual debieron prepararle un hábitat adecuado y descubrieron que este bicho mutaba, convirtiéndose en una mariposa.
Al mismo tiempo continuábamos con nuestra línea central de la investigación, para lo cual organizamos un taller del agujero. Es decir, nos planteamos todas las maneras posibles que se nos ocurrían para poder hacer agujeros en diferentes materiales, para lo cual comenzamos a pensar en la temática de los “instrumentos”. La variabilidad de las características de los mismos nos daba claves para pensar en nuestra investigación policial. Los niños pudieron hacer comparaciones interesantes, tales como que la tijera se asemeja a la boca de un gusano, y lograron encontrar en un documental de la televisión un tipo de hormigas brasileñas que en sus bocas poseían tijeras naturales para comer sus presas, etcétera, etcétera.
La investigación continuó y los niños llegaron a pensar como conclusión, que el responsable del agujero en cuestión había sido un bicho. En este punto la maestra, correctamente, les pudo decir, porque lo averiguó y lo sabía, el nombre del animalito agujerador de nuestros caracoles.
A esta altura es probable que este dato informativo ya no fuera lo más importante para los niños.
Ellos han hecho un gran trabajo. Han utilizado todas sus energías y sus conocimientos y han descubierto casi todo. Han aprendido a abrirse caminos para saber, y la maestra facilitó, guió la tarea y finalmente les aportó una información que sin duda era recepcionada con un interés especial.
Esta experiencia nos conduce a pensar que cuando los niños en una clase elaboran una pregunta, nosotros podemos elegir claramente dos caminos posibles; cerrar esa puerta abierta con una respuesta que ellos deben creer y supuestamente aprender, o bien abrir otras puertas de manera tal que puedan encontrar solos la solución a su primer problema, o bien acercarse a la misma.